Colores en el cielo...

Colores en el cielo...

jueves, 24 de mayo de 2012

Orfeo y Eurídice

 El semidiós Orfeo, hijo del dios Apolo y de Clío, la musa de la Historia, era príncipe de Tracia. Además de ser un hermoso guerrero, era un músico extraordinario. Por eso se había hecho muy famoso, ya que poseía  una gran maestría para tocar la lira. Tal era su talento que, cuando tocaba o cantaba, los animales salvajes acudían para oírlo y los mismos árboles se mecían dulcemente, las rocas se desgajaban de las montañas, atraídas por la irresistible melodía y los ríos suspendían su rápido curso para no perturbar, con el murmullo de sus aguas, aquella música divina.
 Orfeo tuvo una actuación muy especial durante la expedición de los Argonautas, ya que mediante sus cantos fijó definitivamente a las Simplegadas, rocas terribles que, al moverse, amenazaban con su presencia a los navíos. Pero, además, su música adormeció al dragón que guardaba el Vellocino de Oro, y venció a las Sirenas, lo que permitió que los Argonautas escaparan de sus irresistibles voces. Por eso, cuando regresó de esa expedición, se le dio por esposa a una hermosa ninfa, llama Eurídice, a la que Orfeo amó apasionadamente.
 Pero un día la muchacha se internó en un pastizal, huyendo de la persecución de Aristeo, y una víbora oculta entre la hierba la mordió y le causó la muerte.
 Orfeo, desesperado, intentó aliviar su dolor vagando por los bosques y las montañas: llevada consigo su lira, inseparable compañera. Pero nada podía hacerle olvidar a su esposa: su bello rostro, sus delicados gestos, su fina inteligencia. Entonces, decidió a bajar al Hades para recuperarla, pese a que el descenso al mundo subterráneo era una empresa difícil para un ser humano viviente.
 Así fue como Orfeo, una noche, bajó al reino de los muertos, haciendo sonar su divina lira. Al oírlo, las Sombras se despertaron y, ligeras como fantasmas encantados, lo rodearon. También las serpientes que se debatían sobre las cabezas de las Erinias se aplacaron y dejaron de silbar como lo hacían siempre. Y hasta el Cancerbero dejó de lanzar los espantosos aullidos de sus tres enormes gargantas. Sin excepción, todas las cosas, todos los habitantes del submundo parecieron inmovilizarse ante el músico que pasaba entre ellos sonando su instrumento musical. Hasta Hades y Perséfone, los soberanos de los Infiernos, lo escucharon y se conmovieron profundamente: Orfeo le cantaba a su esposa con pasión tan dolorida, que su acento tuvo eco en el corazón de los dioses.
-Te devolveremos a Eurídice-le dijo Plutón-pero con una condición: debes prometer que la llevarás hasta la luz del día sin darte vuelta para mirarla; sólo podrás hacerlo cuando las puertas del Hades se hayan cerrado detrás de ti y de tu esposa.
 Orfeo prometió que eso haría, dichoso por lo que se le estaba concediendo. 
 Y así  fue como, seguido por su esposa, se dirigió a la salida del reino de los muertos. Sin embargo, cuando poco faltaba para llegar hasta el final, Orfeo, cediendo al deseo incontenible de mirar el rostro de Eurídice, olvidó la condición impuesta: se dio vuelta y su mirada encontró a la de su esposa. En el acto, esta fue devorada por la sombra y desapareció para siempre de la vista de Orfeo.
 En cano la buscó él, afanosamente, entre las lívidas aguas de la laguna Estigia y en el oscuro fango de las cavernas. Y como el barquero Caronte no le permitió quedarse en el Hades, porque los vivos no pueden permanecer en el oscuro reino, el músico  exquisito tuvo que regresar, desconsolado, a la tierra.
 El dolor inconsolable de Orfeo, que llenaba con sus lamentos toda Tracia, provocó el enojo de las Bacantes, quienes, irritadas y celosas de la fidelidad que Orfeo profesaba a su esposa, primero se burlaron del desdichado cantor y por fin terminaron despedazándolo. Pero las Musas, que siempre lo habían amado, recogieron sus restos y los enterraron al pie del mismo monte Olimpo.

Versión de un mito griego.